Sin
duda, los personajes de Klaus Fruchtnis no tienen mayor cosa que contarnos.
Estaban ahí, depronto, pasaron por la sala o estan a punto de
entrar, se demoran apenas, las conversaciones flotan, el silencio es
ligero, miradas, apenas el bosquejo de un sentimiento, casi una indiferencia.
El recuerdo de películas nos llega : La Notte, l’Année
dernière à Marienbad… Discreción, moderación,
aquí como Antonioni o Resnais, no sabremos mayor cosa. La histoiria
se evapora lentamente en nuestros ojos. Que habra de mas a saber ? Estos
decorados que no perturbarán nunca el rumor del mundo son los
de un teatro. Un teatro de miradas. No nos imaginamos una palabra más
alta que la otra. O incluso solamente palabras. Una mirada basta. La
de un hombre, cuya cara no se verá, sobre dos mujeres en un sofá.
La de una joven mujer a una terraza, sobre otra mujer, tan similar,
un hombre de espaldas, en un segundo plano. La de un hombre en el resquicio
de una puerta mientras que sólo queda el perfume, el rastro de
los que estaban allí, algunos segundos antes en el estancia.
Triangulación de las miradas. El observador está en la
imagen, pero como excluido de la escena y el segundo ladrón,
el espectador, con quien una complicidad podría establecerse,
se encuentra también én en posición precaria. Contrariamente
a la gran tradición voyerista, aquí nadie disfruta la
observación, la mirada no llega a poseer su objeto. O la cara
del observador se corta, o su mirada esta por fuera del campo de visión.
Falta siempre una de las dos. Es quizás, para un fotógrafo,
una manera de ser moderno, si es que esta palabra significa algún
cosa. Como en otra parte, la desilusión mancha el acto, el disfrute
se aja. No se posee ya nada. Observar, es ahora aceptar excluirse de
la escena. No poder, básicamente, formar parte de ella. No queda
sino la espera la espera (1), sin objeto. Una escena que debe comtemplarse.
Indefinidamente. Un poco como el triste héroe de la Invención
de Morel (2). El mismo efecto del panorámico que utiliza Klaus
Fruchtnis nos lleva hacia esta idea. Más allá del panorámico,
hay el panorama. Acordémonos del panorama de Fulton o del diorama
de Daguerre y Bouton: la utopía del espectáculo total.
El final de esta utopía no es el cine, como lo creen los amantes
de cine, sino la Invención de Morel, es decir, un fragmento de
realidad conservado en todas sus dimensiones y eternamente reproductible.
Hay algo de eso en el proyecto de Klaus Fruchtnis. Un ejemplo: la obra
presentada en Rennes en septiembre, “Demeure”, cubre todas
las paredes de una sala circular. Lo que debe ocurrir no existe en las
fotografías. No se distinguen sino el origen o el efecto. El
acontecimiento se da seguramente entre las imágenes, en medio
del círculo. En la diagonal de las imágenes, es decir,
allí donde esta el espectador. Éste no lo ve, él
lo es. Él es el acontecimiento. |